YO VI A LA CIGÜEÑA
Los chicos del coro

A veces, en aquel viaje cuyo destino final (mi dormitorio) se me antojaba eterno, hacía “noche” a la altura de la cocina y mi hermana mayor, montaba una especie de chiringuito a modo de tienda de campaña e incluso me daba unos viajes en el columpio que mi padre nos había instalado en el quicio de la puerta que comunicaba la cocina con el comedor.
Años más tarde atravesé muchas noches ese mismo pasillo corriendo, cuando tras ver en la Televisión alguna película de miedo o las famosas historias para no dormir, me producía pánico la distancia entre el salón y el dormitorio, que me parecía situado al otro lado del mundo.
Anoche volví a recorrerlo y al hacerlo, reviví aquellos “otros recorridos”.
Me metí en “mi cama”, en la que el colchón aún conservaba mi forma y me coloqué en esa postura tan mía… me acurruqué… me hice una bolita… como si de nuevo volviese al vientre materno y rodeada de pasado me decidí a soñar de nuevo.
Volví a ver aquella cigüeña que una noche mientras dormía descubrí atravesando el pasillo y depositando un hermoso bebé en una cunita que mi ama había preparado hacía tiempo para recibir a un hermanito que nos iban a enviar de Paris.
Paris, a punto de cumplir mis 4 años ya era para mí un lugar con entidad propia. Era ese mágico lugar desde el que en cada Navidad o en cada cumpleaños, nos enviaban magníficos regalos.
Era el lugar en el que se situaban las mejores historias de la infancia de mi ama.
Era el lugar más especial que podía existir para mí. Además de MI casa, MI colegio, MI patio y MI calle… existía PARIS.
No había más lugares en el mundo. Además de mis lugares cercanos, tan solo existía Paris. Crecí mirando aquellas viejas fotografías de mi ama en París.
Por ello, la espera de aquel bebé que iba a llegar de Paris y que desde el momento en que llegase iba a ser para mí el mejor de los muñecos que podían regalarme, hizo que aquella noche en la que nació mi hermano pequeño en casa, en la habitación de enfrente a la que yo dormía, mi mente infantil rodeada de cuanto había soñado e imaginado al respecto durante los últimos meses, lo convirtiese en realidad.
Aún hoy sigo afirmando que yo vi aquella cigüeña con sus largas patas dando zancadas por el pasillo, con su pico largo y puntiagudo del que colgaba aquella especie de mantita blanca con un bultito dentro.
Aquel fue el regalo perfecto para mi cumpleaños, que a esa hora estaba a punto de terminar.
Al día siguiente, me levanté de la cama y corriendo sin necesidad de que nadie me dijese nada, me dirigí a la otra habitación gritando: “Mami… mami… que anoche vino la cigüeña… que ya está el nene en casa… que ya ha venido de Paris…"
Sonrosadito, peloncete, con sus ojitos cerrados.
Hay cosas en la vida, que nos marcan de una manera especial. A mí me marcó aquella cigüeña que aquella noche de aquel 7 de abril, mientras todo el mundo creía que yo dormía, descubrí atravesando ese pasillo que anoche me trajo estos bellos recuerdos.
Etiquetas: MI VIDA