EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

20 junio 2009



Meditación- JULES MASSENET THAIS


AQUELLOS NIÑOS DE LA GUERRA


El 15 de mayo hizo dos años que nos dejó. Se fue como vivió, siempre discreta, tímida, serena, intentando no causar molestia alguna, dando y dedicando su vida por quienes vinimos detrás, con una frágil apariencia y sin embargo una fortaleza interior como pocas veces he conocido en la vida.

Esta marcha suya fue hacia un lugar incierto y desconocido para mí, pero al parecer no tanto para ella, porque siempre fue una mujer muy creyente y muy leal a sus convicciones religiosas. Sin aspavientos, sin grandes declaraciones de principios, simplemente fue consecuente su vida con su manera de pensar y con sus creencias. Algo que por otro lado escasea en la sociedad que vivimos.

Sin embargo, tal día como hoy muchos años atrás, se vio forzada a participar en otro viaje que a pesar de tener un destino más cierto, a ella se le antojó como un viaje al más allá, a los confines de la tierra y de su mundo conocido.

Mientras veía la película, “El legado de un amor infinito” pensé mucho en mi ama y en como debió de sentirse cuando siendo tan niña, se vio de pronto en aquel junio de 1937 viajando junto con otros 4.500 niños en aquel inmenso barco “Habana” con destino al puerto de Burdeos, en el que fue separada de sus tres hermanos que junto a unos 1500 niños más continuarían su viaje rumbo a la URSS en otro barco “El Buque Sontay” con destino a Leningrado. Ella continuó su viaje en el buque Habana.


El Habana


Aquella despedida en el Puerto de Santurce, marcó un antes y un después en la vida de mi familia materna y en la de tantas otras familias del País Vasco.



Al llegar a su destino, los casi 3000 niños fueron alojados en barracones y colegios, en lugares desconocidos para ellos, en un país cuyo idioma también desconocían. Hablo de Bélgica.

Pensé en cómo tuvo que sentirse cuando aparecieron “los padrinos“ para elegir que niño o niña se iban a llevar. Se trataba de matrimonios dispuestos a alojar en sus casas durante los meses que durase la Guerra Civil en España, a esos niños cuyos padres habían hecho el sacrificio de separarse de ellos, con la intención de salvarles la vida.

En la película, se produce la asignación de un grupo de niños huérfanos a un pequeño pueblo del oeste americano, en el que los habitantes pueden elegir con cual quedarse.

Imaginé a mi ama menuda, tímida, encogida en un rincón, muerta de miedo y de dudas, sin saber lo que el destino iba a depararle. Su aspecto debía de ser desolador, porque a su menudencia, se añadía el hecho de que todo el tiempo que duró la travesía lo pasó mareada.

Menos mal que tuvo suerte y aquel incierto destino, curiosamente le dio la vida, no solo en aquellos momentos, sino el resto de su existencia, porque no cabe duda de que aquella experiencia y aquellos años la marcaron para siempre, no solo a ella, sino a todos cuantos vinimos detrás.

Ella nos contaba ese momento con mucha emoción, decía que de pronto aparecieron multitud de parejas, que se colocaron frente a los niños y niñas que esperaban su destino.

Algunos niños empezaron a acercarse, a pedirles que les llevaran con ellos, a pedirles chocolate o golosinas, mientras mi ama seguía quieta e inmóvil en un rinconcito, esperando…

De pronto una de las damas más elegantes se separó del grupo y se dirigió hacia ella. Tan solo le preguntó su nombre, mi ama respondió: Me llamo C. y la dama la cogió de la mano y se la llevó consigo, sin mediar palabra.



Sus destinos quedaron marcados para siempre. Esa dama era la esposa de un famoso médico belga, que atendía a la familia real.

Ese fue su destino en los años siguientes. Vivió en las espectaculares mansiones de verano y de invierno del matrimonio, compartió la vida con ellos, se convirtió en la hija que nunca tuvieron. Acudió al mejor colegio, recibió la mejor educación que podía soñarse. Tenían institutriz, ama de llaves, cocinera, chofer y cuanto servicio jamás imaginó pudiese existir para atender a una única familia. Viajó y se convirtió en toda una señorita, mientras en España la postguerra hacía estragos en el que había sido su entorno, la zona minera de Las Encartaciones.

En el baúl en el que conservaba todos sus recuerdos de aquellos años, había multitud de fotos y entre ellas algunas de la familia real belga. Dejó dicho antes de dejarnos para siempre, que su deseo era que yo custodiase todos sus archivos y sus fotos.



Mi ama volvió a España unos años después de aquel famoso viaje. No lo hizo al terminar la guerra civil española, como el resto de niños alojados en Francia y en Bélgica ya que la situación de su familia en el País Vasco al terminar la Guerra Civil era caótica.



Su padre preso de Franco, sus tres hermanos desaparecidos en la URSS tras la Segunda Guerra Mundial y su madre sola, abriéndose camino como podía en una zona – la minera- muy convulsionada por los acontecimientos. Por todo ello los padrinos ofrecieron a mi abuela la posibilidad de que mi ama se quedase con ellos.

Poco a poco voy descifrando el contenido de multitud de cartas y desentrañando el enigma de la desaparición de sus tres hermanos en la URSS durante tantísimos años. Verdaderamente las vidas de los cuatro fueron apasionantes, propias de una novela. En más de un libro se habla de ellos. Sobre todo de uno de ellos...

Mi abuela era muy rebelde y revolucionaria, no podía con las injusticias, dicen que soy la que más se parece a ella, no físicamente, ya que soy como mi padre, pero si en la manera de ser y en la fortaleza interior para tirar adelante con todo lo que el destino nos regala. Era vecina y compañera de Dolores Ibarruri (La Pasionaria).

Ese mismo año que mi abuela enviaba a sus 4 hijos a lo que resultó un incierto futuro para tres de ellos, también Dolores tuvo que exiliarse a la URSS, en donde permanecería 40 años.

Muchos años después de todo esto, me emocioné cuando La Pasionaria bajó las escalerillas del avión en Sondica, aquel 13 de mayo de 1977, que la traía de vuelta a su tierra tras largos años de exilio en la URSS. Y es que a pesar de mi juventud y mi inexperiencia en temas políticos, adivinaba que esa vuelta significaba mucho.



Y que conste, que a pesar de lo que pudiera parecer y de los estragos que aquella guerra hizo en mi familia, en mi casa jamás se habló de política, nunca tuvimos conciencia de vencedores, ni de vencidos. Mis padres y mis abuelos hicieron un fantástico ejercicio de generosidad y supervivencia, de manera que jamás hubo rencores, ni odios de ningún tipo hacia uno u otro bando. Se limitaron a vivir lo mejor que pudieron y a sacar a sus familias adelante.

Cuando decía al principio que mi ama y su madrina no se separaron nunca, no me refería físicamente, sino de corazón. Siempre estuvieron en contacto. Fue la madrina de su boda y del bautizo de mi hermana segunda. Cuando mi ama enviudó tan joven, rondando los 40, la relación de nuevo se intensificó.

Para estas fechas, su padrino había muerto y la madrina se había vuelto a casar de nuevo con un anticuario de Paris. Pronto se convirtió éste, en el nuevo padrino de mi ama. Muchas de las antiguedades y de los libros maravillosos que hoy disfrutamos, se los debemos a el.

Por esta causa, su madrina se había trasladado hacía unos años a vivir a París y ese fue el motivo de nuestra especial relación con París a lo largo de nuestra vida.

Mi ama comenzó a viajar a menudo a Paris, a veces sola, a veces con alguno de nosotros. Nos envió a estudiar y a aprender francés, a unos en verano unos meses, a otros cursos completos. La familia de la madrina era nuestra familia, visitaban España en verano, sus sobrinas pasaban temporadas en nuestra casa, etc…

París siempre estuvo presente en nuestras vidas. En más de una ocasión así lo he manifestado. Ahora ya sabéis el motivo por el cual Paris siempre fue desde muy niña, tan especial para mí.

07 junio 2009

Pizarr … y el agua…



Sinfonía Nº 5 de Mahler



De niña me encantaba chocolatear en la playa, al borde del mar en donde rompen las olas. Al grito de… “Maculadita vamos a chocolatear”… salíamos las dos corriendo hacia la orilla, con algún mayor siguiéndonos los pasos, puesto que ya conocían a esas alturas mis hazañas playeras.



Maculadita ( Inmaculada ) es una prima de mi edad con la que durante muchos años compartí todas mis aventuras infantiles.

Ya soy mayor… ya no puedo chocolatear en la playa. Es una pena… porque me encantaría volver a hacerlo.



También me encantaba hacer churretes, que consistía en llenar un cubo de agua y arena y elaborar una especie de engrudo a modo de cemento, que después con mucha maestría dejaba caer de arriba abajo por todo mi cuerpo, incluida la cabeza a modo de finos churros que dibujaban filigranas en mi piel, dejándolos secar al sol y tomando la apariencia de pertenecer a cualquier tribu perdida del mundo.



Más tarde, descubrí que me encantaba bañarme mientras llovía, a poder ser en forma de sirimiri… Y también descubrí que me encantaba hacerlo desnuda… claro está, que esto he podido hacerlo en escasas ocasiones, porque requiere de una infraestructura playera que pocas veces se da. Aunque todavía en fechas no tan lejanas pude hacerlo de noche en una preciosa playa.





Ya no llueve sirimiri en mi Bilbo… el dichoso cambio climático tiene la culpa de todo. Se ha llevado nuestra lluvia en forma de finas gotas que las nubes dosificaban cada día durante años en el País Vasco. Gotas que limpiaban, sanaban y refrescaban el ambiente a modo de dulce spray reparador.

En Oropesa, en el Balneario de agua marina que hay al lado de mi casa de verano, hay una sala especial en la que llueve sirimiri. No hace falta decir que es mi sala favorita, es un recinto relativamente pequeño, con techos altos en los que se adivinan diminutas lucecillas a modo de cielo y que permanece siempre en penumbra. Procuro adentrarme en ella cuando no hay nadie. Es mi destino perfecto tras los baños romanos o turcos o tras una breve sesión de sauna. Y es que allí cierro los ojos mirando al cielo y revivo aquellos sirimiris que inevitablemente esconden tantas y tantas vivencias de mi niñez, mi juventud e incluso alguna de mi madurez.




El agua pulverizada y a una temperatura perfecta cae con tal suavidad que te acaricia la piel y te traslada a otra dimensión, de la que a menudo salgo al descubrir que mis manos están ya encogidas y arrugadas de tanta agua. Normalmente cuando me introduzco en esa sala suelo llevar más de dos horas recorriendo aguas diversas… piscinas… mar muerto… jacuzzi y chorritos mil.





Me encanta dejar caer el agua de la ducha sobre mi cuerpo desnudo, podría hacerlo durante horas, cierro los ojos y dejo que resbale sobre mi piel y se lleve consigo cuanto de negativo la rodea. El lama Osho aconseja hacer esto para purificar el interior, pero lamento decirle a Osho, que mil años antes de leerle y de saber de su existencia, Pizarr ya terminaba cada día con el contenido del agua del termo eléctrico que había en nuestra casa familiar. Inevitablemente venía detrás la gran bronca de mis hermanos, porque se quedaban sin agua caliente y les tocaba esperar a que el termo calentara de nuevo su contenido. En aquella época solo teníamos un baño, claro está.

Y es que ya desde niña el agua ejerció un influjo especial sobre mi persona

Todo debió de comenzar con aquellos chocolateos, cuando siendo una enana me tumbaba al borde del mar panza arriba y digo panza arriba porque la manera de hacerlo denotaba una actitud distinta al simple tumbarse boca arriba… panza arriba, es una especie de manera de decirle al mar… AQUÍ ESTOY… haz lo que quieras conmigo. Y una vez bien remojada me revolvía en la arena seca, como si de una croqueta se tratara, para volver de nuevo a tumbarme en el borde del mar esperando la embestida de la siguiente ola.






Y vaya si lo hacía, más de una vez las olas me llevaron y fui rescatada por los pelos por las manos de mi padre que solía permanecer ojo avizor. No podemos olvidar que los baños de mi niñez se llevaban a cabo en el Mar Cantábrico y ya sabéis como acostumbra a gastárselas mi querido Cantábrico.





Ya soy mayor para chocolatear en la playa de aquella manera en que lo hacía con 4 o 5 años, pero puedo hacerlo de otras mil maneras. Me encanta caminar descalza por la orilla al atardecer, a poder ser cuando la playa queda desierta y perderme en su horizonte… como veis, siempre termino perdiéndome en algún horizonte y es que nada como esas líneas infinitas para dejarte llevar…



Cuando yo era niña cada día tenía mi ración de sirimiri y acudía al colegio con mis katiuskas siempre pisando los charcos con fuerza, a poder ser si me mojaba el uniforme mucho mejor, porque de esa manera al llegar al cole las monjas me hacían cambiarme por la ropa de gimnasia. No es que esa ropa fuese la bomba, porque se componía de falda fruncida hasta las rodillas, camisa de manga larga y no os lo perdáis… una especie de bombachos hasta la rodilla… jajajajaja… no fuese a vernos la compañera de turno… LAS VERGUENZAS… por Dios que exageración… si no había chicos en 1 Km a la redonda. Pero eran monjas pertenecientes a una congregación francesa aún más recatadas de lo que eran las españolas de aquellos tiempos.

Cuando este invierno en el taller de haiku, el profesor nos mando un día elaborar un haiku con la palabra “ charco” de inmediato me vino a la cabeza aquel recorrido que durante tantos años realicé 4 veces al día con mis botas katiuska en el que en raras ocasiones faltaba ese mágico sirimiri




Y si hablo de agua y hablo de mar, no puedo dejar de pensar en el mar en invierno. Me encanta cuando al atardecer aparece la bruma por el horizonte y poco a poco va invadiendo la playa, confiriéndole un aspecto casi fantasmagórico. Esa niebla playera y nocturna es lo más parecido al sirimiri que he encontrado.





Y entonces recorro el muelle mientras observo a los pescadores solitarios, a los que en otros tiempos no llegaba a comprender y a quienes tan bien comprendo ahora. No tengo palabras para explicar la paz que se respira en esos momentos al lado del mar. Aunque no lleve caña, creo que ellos también me entienden, cuando me ven sacar mi libreta y empezar a escribir.







Algo debo de agradecer al cambio climático y es que a pesar de haberse llevado nuestro sirimiri, a cambio en los últimos años nos ha regalado fantásticas nevadas, de las que hacía muchos años no se veían por Bilbao. En enero de 2005 y de 2006 nevó a nivel del mar. Amaneció la playa completamente cubierta de blanco, la sensación de caminar por la playa pisando la nieve en lugar de la arena fue estupenda, tanto como las imágenes que esa nieve me regaló.





Mientras seleccionaba esta tarde fotos para esta entrada, que de alguna manera plasmaran mi sentir por el agua y por el mar que rodea mi tierra, descubrí algo que en su momento no supe captar. Y es que aunque siempre me ha apasionado la cultura oriental, en aquellos momentos aún no había empezado mis clases de Shodo (caligrafía japonesa) y hoy he visto esas letras escritas en la arena de mi playa.





No podría terminar de hablar sobre lo que significan el agua y el mar para mí, sin deciros que la mejor obra de arte que he contemplado hasta ahora, siempre ha sido una puesta de sol al borde del mar. Por eso os dejo con la secuencia completa de una de tantas puestas de sol vividas y disfrutadas.













>