Meditación- JULES MASSENET THAIS
Esta marcha suya fue hacia un lugar incierto y desconocido para mí, pero al parecer no tanto para ella, porque siempre fue una mujer muy creyente y muy leal a sus convicciones religiosas. Sin aspavientos, sin grandes declaraciones de principios, simplemente fue consecuente su vida con su manera de pensar y con sus creencias. Algo que por otro lado escasea en la sociedad que vivimos.
Sin embargo, tal día como hoy muchos años atrás, se vio forzada a participar en otro viaje que a pesar de tener un destino más cierto, a ella se le antojó como un viaje al más allá, a los confines de la tierra y de su mundo conocido.
Mientras veía la película, “El legado de un amor infinito” pensé mucho en mi ama y en como debió de sentirse cuando siendo tan niña, se vio de pronto en aquel junio de 1937 viajando junto con otros 4.500 niños en aquel inmenso barco “Habana” con destino al puerto de Burdeos, en el que fue separada de sus tres hermanos que junto a unos 1500 niños más continuarían su viaje rumbo a la URSS en otro barco “El Buque Sontay” con destino a Leningrado. Ella continuó su viaje en el buque Habana.
El Habana
Aquella despedida en el Puerto de Santurce, marcó un antes y un después en la vida de mi familia materna y en la de tantas otras familias del País Vasco.
Al llegar a su destino, los casi 3000 niños fueron alojados en barracones y colegios, en lugares desconocidos para ellos, en un país cuyo idioma también desconocían. Hablo de Bélgica.
Pensé en cómo tuvo que sentirse cuando aparecieron “los padrinos“ para elegir que niño o niña se iban a llevar. Se trataba de matrimonios dispuestos a alojar en sus casas durante los meses que durase la Guerra Civil en España, a esos niños cuyos padres habían hecho el sacrificio de separarse de ellos, con la intención de salvarles la vida.
En la película, se produce la asignación de un grupo de niños huérfanos a un pequeño pueblo del oeste americano, en el que los habitantes pueden elegir con cual quedarse.
Imaginé a mi ama menuda, tímida, encogida en un rincón, muerta de miedo y de dudas, sin saber lo que el destino iba a depararle. Su aspecto debía de ser desolador, porque a su menudencia, se añadía el hecho de que todo el tiempo que duró la travesía lo pasó mareada.
Menos mal que tuvo suerte y aquel incierto destino, curiosamente le dio la vida, no solo en aquellos momentos, sino el resto de su existencia, porque no cabe duda de que aquella experiencia y aquellos años la marcaron para siempre, no solo a ella, sino a todos cuantos vinimos detrás.
Ella nos contaba ese momento con mucha emoción, decía que de pronto aparecieron multitud de parejas, que se colocaron frente a los niños y niñas que esperaban su destino.
Algunos niños empezaron a acercarse, a pedirles que les llevaran con ellos, a pedirles chocolate o golosinas, mientras mi ama seguía quieta e inmóvil en un rinconcito, esperando…
De pronto una de las damas más elegantes se separó del grupo y se dirigió hacia ella. Tan solo le preguntó su nombre, mi ama respondió: Me llamo C. y la dama la cogió de la mano y se la llevó consigo, sin mediar palabra.
Sus destinos quedaron marcados para siempre. Esa dama era la esposa de un famoso médico belga, que atendía a la familia real.
Ese fue su destino en los años siguientes. Vivió en las espectaculares mansiones de verano y de invierno del matrimonio, compartió la vida con ellos, se convirtió en la hija que nunca tuvieron. Acudió al mejor colegio, recibió la mejor educación que podía soñarse. Tenían institutriz, ama de llaves, cocinera, chofer y cuanto servicio jamás imaginó pudiese existir para atender a una única familia. Viajó y se convirtió en toda una señorita, mientras en España la postguerra hacía estragos en el que había sido su entorno, la zona minera de Las Encartaciones.
En el baúl en el que conservaba todos sus recuerdos de aquellos años, había multitud de fotos y entre ellas algunas de la familia real belga. Dejó dicho antes de dejarnos para siempre, que su deseo era que yo custodiase todos sus archivos y sus fotos.
Mi ama volvió a España unos años después de aquel famoso viaje. No lo hizo al terminar la guerra civil española, como el resto de niños alojados en Francia y en Bélgica ya que la situación de su familia en el País Vasco al terminar la Guerra Civil era caótica.
Su padre preso de Franco, sus tres hermanos desaparecidos en la URSS tras la Segunda Guerra Mundial y su madre sola, abriéndose camino como podía en una zona – la minera- muy convulsionada por los acontecimientos. Por todo ello los padrinos ofrecieron a mi abuela la posibilidad de que mi ama se quedase con ellos.
Poco a poco voy descifrando el contenido de multitud de cartas y desentrañando el enigma de la desaparición de sus tres hermanos en la URSS durante tantísimos años. Verdaderamente las vidas de los cuatro fueron apasionantes, propias de una novela. En más de un libro se habla de ellos. Sobre todo de uno de ellos...
Mi abuela era muy rebelde y revolucionaria, no podía con las injusticias, dicen que soy la que más se parece a ella, no físicamente, ya que soy como mi padre, pero si en la manera de ser y en la fortaleza interior para tirar adelante con todo lo que el destino nos regala. Era vecina y compañera de Dolores Ibarruri (La Pasionaria).
Ese mismo año que mi abuela enviaba a sus 4 hijos a lo que resultó un incierto futuro para tres de ellos, también Dolores tuvo que exiliarse a la URSS, en donde permanecería 40 años.
Muchos años después de todo esto, me emocioné cuando La Pasionaria bajó las escalerillas del avión en Sondica, aquel 13 de mayo de 1977, que la traía de vuelta a su tierra tras largos años de exilio en la URSS. Y es que a pesar de mi juventud y mi inexperiencia en temas políticos, adivinaba que esa vuelta significaba mucho.
Y que conste, que a pesar de lo que pudiera parecer y de los estragos que aquella guerra hizo en mi familia, en mi casa jamás se habló de política, nunca tuvimos conciencia de vencedores, ni de vencidos. Mis padres y mis abuelos hicieron un fantástico ejercicio de generosidad y supervivencia, de manera que jamás hubo rencores, ni odios de ningún tipo hacia uno u otro bando. Se limitaron a vivir lo mejor que pudieron y a sacar a sus familias adelante.
Cuando decía al principio que mi ama y su madrina no se separaron nunca, no me refería físicamente, sino de corazón. Siempre estuvieron en contacto. Fue la madrina de su boda y del bautizo de mi hermana segunda. Cuando mi ama enviudó tan joven, rondando los 40, la relación de nuevo se intensificó.
Para estas fechas, su padrino había muerto y la madrina se había vuelto a casar de nuevo con un anticuario de Paris. Pronto se convirtió éste, en el nuevo padrino de mi ama. Muchas de las antiguedades y de los libros maravillosos que hoy disfrutamos, se los debemos a el.
Por esta causa, su madrina se había trasladado hacía unos años a vivir a París y ese fue el motivo de nuestra especial relación con París a lo largo de nuestra vida.
Mi ama comenzó a viajar a menudo a Paris, a veces sola, a veces con alguno de nosotros. Nos envió a estudiar y a aprender francés, a unos en verano unos meses, a otros cursos completos. La familia de la madrina era nuestra familia, visitaban España en verano, sus sobrinas pasaban temporadas en nuestra casa, etc…
París siempre estuvo presente en nuestras vidas. En más de una ocasión así lo he manifestado. Ahora ya sabéis el motivo por el cual Paris siempre fue desde muy niña, tan especial para mí.