EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

30 mayo 2010



Viajando a través de un CUENTO



Momele- ALEXANDER SHONERT- Jewish Violin in Prague


Como sabéis, soy una firme defensora de la contemplación de la belleza y en Praga pude detener el tiempo para disfrutar sin “tiempo” de cuanta belleza me rodeaba.


Castillo de Praga


Un inmenso huevo de Pascua me dio la bienvenida



Todos los viajes que realizamos suponen un aprendizaje, el mayor aprendizaje siempre me ha venido de la mano de los viajes interiores, sin embargo necesitaba de nuevo este tipo de viajes exteriores en los que mi mirada y todo mi ser terminan plenos de sensaciones.







Allá estaba yo, como Ulises, camino de Ítaca, dispuesta a explorar hasta el último reducto de cuanto a mi se me antojaba interesante.



Y vaya si lo fue, hubo de todo, edificios y monumentos maravillosos, espectáculos de sombras, opera de marionetas, conciertos a todas horas, paseos y más paseos al borde del río Moldava… pero ante todo sentí… sentí la vida intensamente. Me sentía libre, feliz, pletórica de estar recorriendo esa ciudad que para mi ha sido como sumergirme en una ciudad de cuento de hadas.




Plaza de la Ciudad Vieja


Podía hablaros de sus piedras, que es como suelo yo llamar al arte de manera cariñosa, pero eso con un tecleo a Google, lo podéis tener en unos minutos. Lo que Google nunca os contará son los momentos mágicos que he vivido. Como esos rincones en los que parapetados del intenso frío descubrí a más de un músico “callejero” de una calidad impresionante, digno de poder tocar o cantar sus melodías y sus arias de ópera en el mejor de los teatros.



O aquella banda de viejos músicos de jazz que en medio del Puente de Carlos amenizaba a los transeúntes que invadían el mismo a todas horas y que pude disfrutar casi en exclusiva en el momento que empezaron a caer unas gotas y todo el mundo salió corriendo… menos ellos… y yo.





O cuando en el único momento de apuro que pasé el primer día porque no conseguía hacerme entender para llegar a tiempo al punto de encuentro de la única visita guiada que contraté, apareció como llovido del cielo un árabe que curiosamente hablaba español perfectamente y me “salvó”… Me acompañó hasta el hotel en el que me esperaban, quedando en mi memoria el recuerdo de una escena digna de película.



Pero la perla de la corona de mis sensaciones llegó de la mano de un violín. Una noche volvía exhausta al hotel, tras casi diez horas caminando y perdiéndome por cuantos rincones iba descubriendo y en una pequeña puerta del lateral de un precioso edificio en el que desde mi llegada me había fijado, pero que estaba siempre cerrado, había un joven de unos 30 años, alto, moreno, muy delgado, con un aspecto que llamó mi atención. Ambos nos miramos y al hacerlo caí en la cuenta de que a su espalda había un cartel en aquella pequeña puerta con su foto tocando el violín.



No pude evitar acercarme. Al hacerlo descubrí que lo único que entendía del cartel, era el día y la hora… ese mismo día… a las 19:00… faltaban escasos minutos para las siete. Le pregunte como pude si podía entrar. No conseguimos entendernos con palabras, pero me cogió del brazo, abrió la puerta y tras una pequeña entrada, accedimos al interior de una sinagoga maravillosa. Resultó que era la Sinagoga de España



Me quedé parada admirando la belleza de la Sinagoga, no tenía ni idea de que aquel edificio al lado de mi hotel era una de las Sinagogas.

Estaba en penumbra, pero la oscuridad lejos de restar un ápice de belleza al recinto, le dotaba de un aire de recogimiento y misterio difícil de describir. Desde la pequeña puerta lateral por la que entramos observé que tan solo había 4 filas de bancos a derecha e izquierda con un pequeño pasillo central. En casa banco no más de cinco personas y estaban todos llenos. Le miré como diciendo…. Que hago yo ahora… de nuevo me cogió del brazo y me llevó a la primera fila, el susurro de unas palabras hizo que las personas que ocupaban el banco se encogiesen haciéndome sitio.

Él se situó en el centro y mirando al altar hizo una señal de respeto, subió las escaleras y se perdió tras una pequeña puerta.

En unos instantes apareció de nuevo con su violín y acompañado de una joven que se sentó frente a un pequeño piano situado a la derecha del altar.

Tras un leve saludo comenzó a tocar… ahí si que el tiempo se detuvo, nunca había visto a nadie tocar el violín con tantísimo sentimiento.

La música que acompaña hoy mis letras es una de las bellísimas melodías que tocó mientras me miraba a los ojos a escasos dos metros. Creo que jamás podré olvidar ese momento, esa cara y esa mirada. Mis ojos lloraban por dentro acompañando a los llantos del violín.

Cada vez que escucho su música, recuerdo cuanto viví y sentí esos días y ante todo me viene a la memoria el recorrido que realicé al día siguiente por el cementerio de Zizgov, al que acudí para visitar la tumba de Kafka y depositar en ella algo muy especial. Me estremeció la belleza de ese cementerio, durante más de dos horas lo recorrí a solas mientras los lamentos del violín seguían grabados en mi mente. Ese día mis ojos no lloraron por dentro, sino por fuera, los horrores del pasado estaban allí más presentes que nunca. Familias enteras masacradas…











Me encantan los cementerios (no todos) siempre han sido para mi un lugar de recogimiento, de búsqueda interior, de encuentro… y este lo fue. Desde que programé mi viaje, supe que Kafka tendría un lugar muy importante en este viaje.





En su tumba, al igual que en muchísimas tumbas judías, la gente deposita pequeños papelitos escritos sujetos con piedras. Entre esas piedras que rodean la tumba, ahora descansa una muy especial.



Fueron los escritos de Kafka sobre Praga, los que me llevaron a recorrer sus lugares, su vida… su tumba


Plaza de Kafka

Casa de Kafka

Estudio de Kafka en el Callejón de oro

Homenaje a Kafka


También Borges y “El milagro secreto” viajaron conmigo. Esa historia que comienza en Praga el 14 de marzo de 1939, día de la invasión nazi. Ese cuento en el que expone las dos dimensiones del tiempo, el tiempo humano, racional y cronológico y ese otro tiempo, sin “tiempo”, el tiempo de la eternidad, infinito, divino.

Hubo momentos en este viaje en los que el tiempo también tuvo dos dimensiones para mí. Por momentos se detenía en un sonido o en un lugar y me dejaba llevar, sin prisa, sin reloj (jamás utilizo reloj).











Solo se viajar de esta manera, libre, abierta a los sentidos, sin obligaciones impuestas por horarios, agencias o grupos y sobre todo sin tiempo.

Me despedí de Praga desde lo alto de la torre del reloj, intentando dejar grabado en mis retinas el recuerdo y la imagen de esa bella ciudad.







Quiero dedicar esta entrada de manera muy especial a mi amiga Pato, porque se que le gustaría visitar Praga algún día, porque compartimos a Borges, a Kafka, los cementerios y las piedrecitas... y tantas cosas más...

Y porque la entrada de ayer en su blog, es la que me ha empujado a escribir de nuevo en el mío.


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